El baron rampante

El Barón Rampante, Capítulo X (Italo Calvino)

  • 471

    Impregna con su humor gomoso

    Impregna con su humor gomoso
    La higuera se apodera de ti, te impregna con su humor gomoso, con los zumbidos de los abejorros; poco después a Cósimo le parecía estar convirtiéndose en higuera él mismo y, molesto, se marchaba.
    Sobre el duro serbal, o sobre la morera, se está bien; lástima que sean escasos.
  • 472

    Árboles pacientes y amigos

    Árboles pacientes y amigos
    Los olivos, por sus contorsiones, son para Cósimo caminos cómodos y llanos, árboles pacientes y amigos, con su áspera corteza, para pasar por ellos y para detenerse en ellos, aún cuando las ramas gruesas sean pocas en cada árbol y no haya gran variedad de movimientos.
  • 473

    Las noches

    Las noches
    Mientras que el nuestro, de mundo, se achataba allá al fondo, y nosotros teníamos formas desproporcionadas y desde luego no
    entendíamos nada de lo que él sabía allá arriba, él que pasaba las noches escuchando cómo la madera llena con sus células los anillos que señalan los años en el interior de los troncos, y cómo los mohos aumentan su mancha con el cierzo
  • 474

    Pabellón de las hojas

    Pabellón de las hojas
    En una higuera, por el contrario, teniendo cuidado de que soporte el peso, no se acaba nunca de dar vueltas; Cósimo está bajo el pabellón de las hojas, ve transparentarse el sol en medio de las nervaduras, los frutos verdes hincharse poco apoco, huele el látex que gotea por el cuello de los pedúnculos.
  • 475

    Amaba

    Amaba
    Cósimo se sentía a gusto entre las onduladas hojas de las encinas, y amaba su agrietada corteza, de la que cuando estaba distraído arrancaba pedacitos con los dedos, no por instinto de causar daño, sino como para ayudar al árbol en su largo esfuerzo por rehacerse
  • 476

    Difícil moverse por él

    Difícil moverse por él
    Amaba también los troncos almohadillados como los del olmo, que en los nudos echa brotes tiernos y penachos de hojas dentadas y de sámaras de papel; pero es difícil moverse por él porque las ramas van hacia arriba, débiles y tupidas, y dejan poco paso.
  • 478

    Como en un palacio de muchos pisos e innumerables habitaciones

    Como en un palacio de muchos pisos e innumerables habitaciones
    Lo mismo los nogales, que incluso a mí, y es mucho decir, a veces viendo a mi hermano perderse en un viejo nogal inmenso, como en un palacio de muchos pisos e innumerables habitaciones, me venían ganas de imitarlo, de estarme allá arriba; tanta es la fuerza y la certeza que pone ese árbol en ser árbol, la obstinación en ser pesado y duro, que se expresa hasta por sus hojas
  • 481

    Llegó el invierno

    Llegó el invierno
    Llegó el invierno, Cósimo se confeccionó una casaca de pieles. La cosió él mismo con trozos de pieles de varios animales cazados por él: liebres, zorros, martas y hurones. En la cabeza llevaba todavía el gorro de gato salvaje. Se cosió también unos calzones de piel de cabra con el fondillo y las rodilleras de cuero.
  • 482

    Comenzaba su jornada

    Comenzaba su jornada
    Las piernas aparecían, se desentumecían, y así, con un encogimiento de hombros, rascándose bajo la casaca de piel, despierto y fresco como una rosa, Cósimo comenzaba su jornada.
  • 483

    Todas las mañanas

    Todas las mañanas
    Así, en parte comiendo de lo que cazaba, en parte intercambiándolo con los campesinos por fruta u hortalizas, se las arreglaba muy bien, incluso sin necesidad de que le pasaran nada de casa. Un día supimos que bebía leche fresca todas las mañanas;
    se había hecho amigo de una cabra, que iba a trepar a una horqueta de olivo, un sitio fácil, a dos palmos del suelo, o mejor, no es que trepase, subía con las patas de atrás, de suerte que él, bajando con un cubo hasta la horqueta.
  • 491

    Pero solo de vez en cuando

    Pero solo de vez en cuando
    Pero sólo de vez en cuando podía escapar para reunirme con él en los bosques: las clases del abate, el estudio, el ayudar a misa, las comidas con mis padres me retenían; los cien deberes de la vida familiar a los que estaba sometido, porque en el fondo la frase que siempre oía repetir:
  • 492

    La frase

    La frase
    Pero sólo de vez en cuando podía escapar para reunirme con él en los bosques: las clases del abate, el estudio, el ayudar a misa, las comidas con mis padres me retenían; los cien deberes de la vida familiar a los que estaba sometido, porque en el fondo la frase que siempre oía repetir:
  • 501

    Cuando lo supo

    Cuando lo supo
    Cuando lo supo, el corazón le latió con fuerza: era el jardín de los marqueses de Ondariva. La villa estaba cerrada, las persianas atrancadas; sólo una, en un tragaluz, batía al viento. El jardín, abandonado, sin cuidar, tenía más que nunca aquel aspecto de selva de otro mundo.
  • 502

    El jardín

    El jardín
    Cuando lo supo, el corazón le latió con fuerza: era el jardín de los marqueses de Ondariva. La villa estaba cerrada, las persianas atrancadas; sólo una, en un tragaluz, batía al viento. El jardín, abandonado, sin cuidar, tenía más que nunca aquel aspecto de selva de otro mundo.
  • 503

    A partir de entonces

    A partir de entonces
    A partir de entonces, cuando se veía al muchacho sobre los árboles, se podía estar seguro de que mirando delante de él, o cerca, se vería el pachón Óptimo Máximo trotando con la barriga en el suelo. Le había enseñado la busca, la muestra, la cobranza: los trabajos de todas las especies de perros de caza, y no había animal del bosque que no cazaran juntos.