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¡Adiós Suiza, kaixo Euskadi!
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El comienzo de una gran amistad
Tras una bonita ceremonia de boda en la Ermita de Santa Catalina (Deba), el señor que me compró en Suiza, me regaló a su hijo. Su hijo, Jose Mari, estuvo muy contento al verme y no dudó ni un instante en ponerme en su muñeca izquierda. En aquel instante sentí una felicidad indescriptible. A partir de ese momento, Jose Mari y yo fuimos inseparables. -
El día que rocé la tragedia
Un día, mi correa se rompió. Ya no podía ir a todas partes con Jose Mari. Fuimos a la relojería de Deba, pero no había ninguna correa para mí. Pensé que ese sería mi final, pero Jose Mari, en vez de abandonarme, no se rindió y fue a las relojerías de Eibar y Zumaia, pero no hubo suerte. Finalmente, fue en Zarautz donde pudimos encontrar un recambio que me sirviera. Aquella crisis había llegado a su final. Los dos volvimos felices a casa. -
Hasta siempre, Jose Mari
Este día me separé para siempre de Jose Mari. Falleció a causa de un infarto. Quise que me enterraran con él, pero su viuda pensó que sería una pena perderme a mí también. Tuve que ser fuerte y respetar su voluntad. -
El elegido
Tras pasar más de un mes metido en un cajón, la viuda de Jose Mari decidió que era mejor darme un nuevo dueño. Pensé que me iba a vender a un desconocido, pero me alegré mucho al ver que el elegido era el nieto llamado Urtzi. Cuando me puso en su muñeca izquierda, noté una sensación familiar. Me di cuenta de que aún no había llegado mi hora y de que tenía cuerda para rato. Desde entonces no me he separado de él. ¿Quién sabe qué me deparará el futuro?