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El día que fui regalado
Allá por 1955, me encontraba en la tienda de joyas Cartier en Milán cuando vi entrar a un hombre con un brillo de ojos especial. La joyera pudo percibirlo también, venía con la ilusión de regalar un anillo de circonitas a su amada. En cuanto me vio en la vitrina lo supo, yo era el indicado para ser testigo de esa relación. El hombre salió por la puerta de la joyería con una sonrisa imparable y yo ya tenía un nuevo hogar. Estaba impaciente por conocer a mi dueña. -
Mi segundo hogar
Era un día lluvioso de invierno, el día de Nochebuena, cuando mi dueña me sacó de su dedo y volvió a meterme en una caja, como hacía 42 años que no ocurría. El coche se dirigía a una casa en la que había estado en alguna que otra ocasión. Entramos a la casa de la hija de mi dueña, quien, con lágrimas en los ojos de por medio, a medianoche se convirtió en mi nueva madre. Un nuevo hogar me esperaba con los brazos abiertos. -
Cuando me convertí en una herencia
Un soleado día de primavera mi dueña se acercó a su nieta, quien estaba a punto de casarse, y me ofreció a ella con una sonrisa nostálgica y llena de amor, de manera que pasé a la siguiente generación de la familia. La nieta aceptó el regalo con gratitud, sabiendo que este anillo había sido testigo del amor y la historia de su familia durante décadas. Cuando llegó el día de su boda, llevó el anillo de circonitas con orgullo en su dedo, uniéndose así a la tradición familiar. -
Mi renacimiento como una joya única
La nieta, quien me heredó, desarrolló una pasión por la creación de joyas y se convirtió en una apasionada joyera. Decidió rediseñarme mediante la combinación de circonitas y cadenas para dar paso a mi renacimiento como un collar precioso y único. Mi recreación como una nueva joya que irradiaba significado, fusionaba el pasado y el presente para celebrar la herencia familiar y mi papel como testigo de los vínculos familiares a lo largo de las generaciones.