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El día que llegué a mi primera casa
Un buen 13 de abril un joven señor, vestido muy de la época, me sacó de la mullida cama en la que descansaba junto a otros muchos de mi especie para llevarme a mi primera casa. Era una bonita casa amarilla, ubicada en cierto pueblo de nombre compuesto que recuerda vagamente a un insecto. Allí descansé en un cuello por primera vez. No era tan suave como mi cama habitual, pero irradiaba una temperatura tan acogedora que me hizo sentir vivo por vez primera. -
El inicio de mi Odisea
Por cuestiones de la vida, me sacaron de mi hogar por motivos que nunca llegué a entender. En los meses previos a ese trágico 1 de noviembre, fueron saliendo de casa los objetos que me acompañaban en el joyero en el que descansaba; yo fui el último. Mi segunda casa, pues, era un lugar oscuro y laberíntico, lleno de objetos numerosas veces más grandes y estrafalarios que yo. Todos ellos tristes. Estuve en esta casa (casa de empeños, rezaba el cartel que vi al entrar) durante largos años, solo. -
Regreso a Ítaca
Un día igual que el resto, el sombrío hombre que sacaba y traía objetos me sacó de mi letargo. Vi la luz por primera vez en tantos años, y lo primero que me encontré fue una cara vagamente familiar. "Este es el único que tengo con esas características", dijo el hombre tenebroso. "¿No tienes registro de fecha?" El señor negó. "No importa, me lo llevo". En ese momento caí en la cuenta: ¡era el pequeño niño que correteaba por la casa amarilla!. -
Period: to
De vuelta a un joyero
Aunque en el primer año me dieron uso y me devolvieron al lugar al que pertenezco (un cuello largo y esbelto), no tardaron en devolverme a un nuevo joyero, de donde me sacaban con muy poca frecuencia al principio, hasta que volví a caer en el olvido. -
De generación en generación
No tardé en descubrir que el hijo de aquella familia estaba buscándome para regalarme a su entonces novia y ahora mujer en un intento de recuperar la tradición comenzada por su padre. Sin embargo, estuve metido en un cajón similar al de mi anterior casa hasta que un invierno me dejaron descansando bajo un pino precioso. A la mañana siguiente, la hija de la casa me recibió como obsequio. Al fin, con ella, pude conocer a toda la familia, el pueblo, su colegio y muchísimas personas maravillosas.